He tomado tus manos por última vez. Mis manos temblaban, sudorosas y frías, mientras mis ojos recorrían cada milímetro de ellas, absorbiendo cada textura, cada linea, cada roce, y maravillándome ante su perfección. Como un fiel can, las lamí y me desvanecí bajo tu sombra, implorando una caricia, tal vez como una ridícula demostración de tu afecto.
Tu gélido rostro mostró vestigios de humanidad cuando la lumbre de tu mirada se posó sobre mis lágrimas, que recorrían mi faz huyendo aterrorizadas del dolor que carcomía mis entrañas.
Un agónico grito surgió desde lo más profundo de mi garganta, rompiendo la tranquilidad del momento, desgarrando nuestro sueño y arrojándolo al fuego de la desolación.
Tú ahora eres inmune a todo, a mi odio, a mi oscuridad, a mi dolor, a mi amor, a mí. Ya no puedo tocarte en el olvido, solo abrazarte en mis recuerdos…
Deja un comentario