GIGANTES CAÍDOS: Capítulo 3 – La Verdad

Por: Marcela Espinosa

Pasaron los años y con ellos los recuerdos más claros de aquel gigante caído. Es cuestión de tiempo para que todo aquello detone. Para que un día sea valiente y lo hable. Por ahora, me refugio en brazos a los que llamo hogar; Sé qué es lo que pasó y me aseguro de no olvidarlo nunca.

Cierro los ojos a medida que el sol se cuela por mi ventana. Disfruto ver las flores del jardín y, aunque no todo el mundo está presente en la sala de juicio que forman mis pensamientos, yo sí lo estoy.

Según el diccionario de la Real Academia Española:
Verdad: La verdad es un concepto complejo que ha sido debatido por filósofos, científicos y pensadores a lo largo de la historia. En términos generales, se refiere a la correspondencia entre una afirmación o creencia y la realidad objetiva. En otras palabras, algo es verdadero si corresponde con los hechos reales. Sin embargo, el tema de la verdad es mucho más profundo y puede variar dependiendo del contexto filosófico, científico o cultural en el que se aborda.

En mis palabras de niña, preadolescente, adolescente y adulta, la verdad es la afirmación de un hecho ocurrido.

Yo sé la verdad. Sé que no hubo manos salvadoras ni canciones arrullando sueños. Sé que no hubo trenzas tejidas en mi cabello. Por el contrario, las manos se usaron para herir, romper y deformar; la boca se usa para escupir palabras horribles como flechas que se clavaban en el corazón de una niña de siete años que un día decidió que morir iba a ser lo mejor.

Las mariposas vuelan libres por el jardín de cerezos, los árboles de mango están cargados y mi hermano y yo saboreamos donas de cerca; así les llamábamos, pues por ahí nos las daba la vecina.

El aire es frío, pero una brisa cálida corre. El cielo pinta arreboles y entonces la veo. Nos llama por nuestros nombres, nos abraza, sonríe y nos dice que se acabó.

Así debía ser. Muy por el contrario, el infierno se cierra cuatro años después. Solo cuatro, pero que abrió una brecha abismal. Cuatro años que parecieron una vida y tal vez así lo fueron.

Volvimos…

Y no para contar la historia, no para llamar a gritos lo ocurrido.

Volvimos… Para vivir, Para soñar, Para reír, Y sobre todo, para ser conscientes de que a los seis nuestros gigantes cayeron y nadie los pudo salvar.

Nadie…

Cuando tenía cierta edad y podía ser miembro oficial de la iglesia, o de la congregación, como nos conocíamos en otros sitios y en muchos lugares, decidí que quería bautizarme. Una palabra fuerte, ¿no? Y ni somos responsables de la responsabilidad. Para ello, tenía que tener paz y perdón en mi corazón, dos términos bastante fuertes y muy completos. La verdad es que consideramos que la paz es un estado cambiante. Lo más parecido a esto que tenemos los seres humanos es la tranquilidad.

Consciente de aquella brecha, decidió llamarle. El rin rin del teléfono me hizo temblar las piernas y vació mi estómago, que ahora se sentía asqueado y temeroso.

Contesta y solo puedo decir:
—No fueron sueños, ahora lo sé.

He conocido a Dios y te perdono.

Antes de que pensara siquiera en responder, colgué.

Existen tardes donde sus palabras me lastiman, llegan con el viento y me paralizan. Entonces, sincroniza mi respiración y me obliga a ver que estoy aquí, que soy una adulta y que no me puede dañar.

No lo puede hacer, ni siquiera en recuerdos… No, me niego. Yo niego.

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