QUIERO…

Por: María Inés Sánchez

De niña, siempre soñé con la vida perfecta que habría de vivir una mujer adulta. Crecí anhelando escapar de mi realidad sin siquiera darme cuenta. La vida me enseñó a madurar a través de golpes, merecidos por mi ingenuidad. Aun así, sigo siéndolo. Crecí idealizando a una mujer feliz, hermosa, próspera y llena de amor. Me concentré tanto en ella que olvidé que para cosechar esos frutos primero debía cultivar mi propio ser. Esta metáfora es más compleja de explicar de lo que uno creería.

En mi adolescencia, cultivé valores, principios, virtudes, educación, buenas calificaciones, distinciones y otros triunfos que me llevaron a ser exitosa y ejemplar. Sin embargo, mi propia inmadurez y desconocimiento me cegaron por completo. Olvidé cultivar mi esencia, mi ser. Olvidé crecer desde adentro, desde las entrañas. Fue entonces, en la vida adulta, cuando error tras error entendí el vacío que había permitido que creciera dentro de mí.

Me lamenté durante un tiempo. Señalé, en un momento, a mis padres, a mi familia, a mi lugar de procedencia e incluso a algunas relaciones interpersonales. Empecé a refugiar el dolor de mi vacío en quienes se acercaban a mí, lo cual solo hizo que la decepción creciera más a través de la idealización de lo que de niña siempre había querido: perseguir la felicidad, sin tener el conocimiento de que esta habitaba dentro de mí y no lo sabía. Me perdí y fue en ese momento cuando entendí lo desviada que estaba.

Comencé a cambiar mi refugio de las personas a los libros. Estos empezaron a darme luz, a descubrir más de mí de lo que creía posible. Me sorprendí tanto que, en algún momento, tuve miedo y sobrepasé algunos de mis límites. Pero hoy estoy segura de que todo ello era necesario para la construcción de mi experiencia.

Luché fuertemente contra las críticas, contra mis propios pensamientos. Me desgasté emocionalmente, di de más con la intención de recibir al menos un poco a cambio. Pero descubrí tarde que definitivamente no funciona así. Fui descubriendo que la felicidad es mucho más que tener, se enfoca más en ser. Comencé entonces desde cero. Comencé a ser el miedo que llevaba dentro, la soledad que me acompañaba, la ira que me perseguía como una sombra. Comencé a ser la artista, la deportista, la escritora, la cantante y la excavadora que ignoraba por completo.

Comencé a aceptar lo que estaba siendo, a entender y normalizar las consecuencias de mis equivocadas decisiones y, lo más importante, a aprender de ellas. Hoy quiero seguir creciendo. Hoy no quiero ser esa mujer que soñé de niña. Hoy encuentro la felicidad en la lluvia, en la brisa, en la contemplación de mi hija, en disfrutar una siesta. Hoy, el éxito para mí es la paz en mi hogar, el aroma del café por la mañana, los desayunos saludables, los viajes inesperados y sin planificación. Hoy me hace feliz en silencio. Quiero compartir esta calma en medio de la asfixiante rutina. Quiero seguir caminando descalza, besando las olas del mar de vez en cuando, durmiendo fuera en el pasto, cuidando mis plantas día a día, tomando la mano de mi hija y haciéndola más valiente de lo que un día descubrí que podía ser.

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